La inteligencia artificial (IA) parecía haberse agotado, tanto en lo teórico como en sus aplicaciones, y en sus paradigmas simbólico como conexionista, habían llegado a un callejón sin salida. La idea de querer reproducir la mente humana por medio de programas computacionales se fue lentamente abandonando, y el tiro de gracia se lo dio la tremenda expectativa que crearon los sistemas expertos, cuyo inicio fue desencadenado luego de las paradigmáticas aplicaciones, Dendral y Mycin. Se pensó, entonces, que por fin la IA había dado frutos, después de largos intentos de laboratorio en los que se incluyeron la comprensión del lenguaje natural desde el mítico Eliza, o los mundo de bloque y el sistema Schrdlu, o superlenguajes de programación que intentaban acercar a la computador al ser humano, tales como Lisp y Prolog.
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